viernes, 9 de diciembre de 2011

Rebelión en la granja

En la década de 1940, George Orwell (1903-1950) soportó la censura de las editoriales británicas que no aceptaban publicar su obra Rebelión en la granja, que luego sería un clásico.

La fábula que comienza con el relato del granjero borracho que se sirve un último vaso de cerveza antes de irse a la cama donde ya ronca la señora Jones –momento que sus animales aprovecharon para realizar una asamblea– contenía alusiones inaceptables para un aliado estratégico durante la Segunda Guerra Mundial: la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
Orwell lo explicita con claridad en un prólogo frustrado de su obra que nunca se publicó como tal y se conoció muchos años después de su muerte. Sin duda sabía que tendría dificultades con el contenido del libro, que empezó a escribir en noviembre de 1943, tras renunciar como periodista de la BBC, harto de repetir partes oficiales.

La fobia de Orwell contra la URSS –y en especial contra su líder Josef Stalin– no era sólo libresca. Provenía de su experiencia como voluntario de neta inclinación anarquista en la Guerra Civil Española.
De hecho, el “mensaje” de Rebelión en la granja es anarquista: mientras gobierne en forma excluyente una raza de animales (incluidos los de dos patas) en particular, la opresión y la muerte serán inevitables.

Orwell debería estar presente hoy junto a los dos millones de británicos que se oponen al plan de ajuste del gobierno, que recorta pensiones y planes sociales, sube la edad jubilatoria, congela salarios de los empleados estatales y prevé despidos masivos y aumento de los impuestos.
Los cerdos, esta vez, no son soviéticos.

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